Asesinaron a su padre, a sus tíos, a sus abuelos; creció en una casa enlutada, vivía encerrado. Desde niño fue un lector voraz y la lectura fue su escape.
Así creció Juan Rulfo, su infancia le configuró el espíritu, la muerte y la orfandad pulieron su mirada y cimentaron su narrativa. Leyó antes de escribir y seguramente miraba antes de ver.
Era Rulfo, el escritor, el fotógrafo, y el viajero incansable; un personaje curioso, un mexicano fuera de serie.
El pasado jueves en Puebla presentamos el libro fotográfico más reciente de este autor en un marco excepcional con lleno total, el Museo Amparo de la capital poblana.
Rulfo decía que era un hombre triste por naturaleza, y su narrativa lo denotaba, pero sus imágenes además tenían un toque de nostalgia, un manejo natural de la luz y una composición poderosa. En la presentación estuvimos con el arquitecto Víctor Jiménez, la investigadora Laura González de la UNAM y quien esto escribe.
Escuchar a Laura es una delicia, se le aprende a cada minuto, su intervención fue perfecta, fluida y reveladora, de ella tomó el titulo de esta columna.
En lo personal, desde que vi por primera vez las fotografías de Rulfo, me impactó su fuerza visual, su manejo del contraste, y su calidad. Me atrevo a decir que superaba en propuesta y concepto a varios fotógrafos de su época. Hizo fotos antes de escribir “Pedro Páramo”. Era un explorador nato, montañista, mochilero diríamos hoy. Alumno informal en la Universidad Nacional, allá en Mascarones. Este nuevo volumen y la exposición que ocupa en el Museo Amparo, recorre dos décadas de imágenes producidas por Rulfo.
El montaje de la expo es pulcro, cuidadoso, minimalista y contundente. La curaduría muestra las copias originales que fueron presentadas en Guadalajara en 1960 y están muy bien conservadas. En alguna de las salas también pueden verse las obras de Paul Strand y el análisis y similitudes entre ambos autores. Las imágenes de Rulfo transmiten, una narrativa visual de desolación y enorme sencillez para congelar su contexto.
Sus fotografías descubren el poder de la imagen y resignifican el contrato social que las hace posibles. Rulfo escribe y hace fotografías en esos mismos años, pero el resultado de su obra corre por rutas distintas. Rulfo tiene una mirada limpia, sin prejuicios estéticos o convencionales. Es un creador libre.
La mirada de Rulfo competía entonces con afamados fotógrafos de su época: Álvarez Bravo y Gabriel Figueroa. Sin embargo, el estilo de su mirada era único. Sólo él podía darle significado al silencio. Rulfo quiso ser reportero, pero no pudo, decía que no podía escribir lo que veía. El asumía que solo podía ver hacia adentro. Y eso explica su trabajo visual y su narrativa. “El periodista es un testigo y el literato es un pobre pasajero”. Dijo Rulfo en célebre entrevista allá por 1980.
Debo decir que para mi fue un honor participar al lado de dos personajes tan inteligentes y ser invitado por la Fundación Juan Rulfo para acompañarlos en la presentación de este espléndido documento visual sobre una de las figuras más importantes de nuestro México: Juan Rulfo, el fotógrafo.
Por último, permítanme compartir un par de anuncios parroquiales: vienen dos grandes asuntos para la fotografía documental en la siguiente semana: el próximo jueves 20 se inaugura la expo anual de World Press Photo en el Franz Mayer y para finales de mes viene Ron Haviv a México. Pendientes. En la siguiente entrega les daré los detalles.