Veinte segundos de imprudencia fueron captados en una imagen y bastaron para destruir la carrera de un funcionario federal. No será el fin de la impunidad, pero si el de la intimidad. Este jueves renunció David Korenfeld a su puesto como Director de Conagua por una foto en redes, sí, por una foto.
Un vecino de su mismo barrio, publicó vía Facebook imágenes en donde aparecen él y su familia subiendo al helicóptero de la dependencia con maletas en domingo y todo se jodió.
A estas alturas, ya todos conocemos la historia. Basta ver las primeras planas de ayer, que atestiguan la renuncia del funcionario. Todo salió mal. No por ser delito grave, pero sí por abonar a la percepción pública del abuso de poder y privilegios que la gente de a pie ya no está dispuesta a tolerar. Y si además le sumamos: celular, camarita en mano y acceso a internet. Fin de la historia.
Para cuando aterrizaron en Denver, el escándalo en redes ya era trendingtopic. El golpe estaba dado. Vamos ya ni ganas de esquiar en Vail le quedó a la familia.
Hoy estamos frente a la contundencia de una imagen-denuncia que rebasa lo previsible. Para los colegas que vociferaban en la semana, que aquí “no pasa nada”, pues resulta que sí, que sí pasa y ahí está la cabeza de Korenfeld.
El gobierno no resistió la presión viral, ni el sentimiento de culpa que lo arrastra todo.
Así las cosas, don Ignacio Vizcaíno Tapia, el vecino incómodo, con cámara en mano, convertido en fotoperiodista ciudadano, salió a la terraza de su casa para fumar un cigarrillo y aficionado como es, al tema de la aviación, le llamó la atención el bonito helicóptero.
Tomó una docena de imágenes y apenas en la computadora se dio cuenta de quién era su personaje. Cada disparo de este matemático de la UNAM, subraya la narrativa da buenos y malos. Si alguien del gobierno usa un helicóptero en domingo, se jode. ¿Por qué? Porque estamos hartos. Por eso.
Y eso es suficiente. Una imagen, un instante, un lugar, se convierten en un “para siempre” y “en todo lugar”, por eso y por el efecto de la rabia colectiva viralizada por toda plataforma posible.
El señor Korenfeld tuvo que renunciar no por cometer un delito grave, (apenas costó $10,800 pesos su abuso) sino por contribuir a la imagen de corrupción que la gente percibe en todo servidor público. No importa su historia o su trayectoria. Cae en la narrativa de los “malos” y se jode.
Así el poder de la imagen en los tiempos del cólera y las redes sociales. Esta historia terminó así: un vecino incómodo acabó en diez días, con la trayectoria de un funcionario federal y le dio otro golpe feroz a la imagen del Presidente. Y todo por una foto.