Camino por la Alameda y veo a decenas de ciudadanos haciendo foto, tomándose la selfie frente a Bellas Artes, con la novia, con el perro, con la familia. Nada a democratizado tanto la fotografía como traer a la mano un celular con camarita integrada, pero ¿Qué motiva a la gente a tomar y tomarse fotos tan compulsivamente?
Nadie cobra por ello, no se publican en ninguna parte, si acaso, todo terminará en alguna de las redes sociales de moda. Sólo se me ocurre que para el ciudadano de a pie, el “acto de fotografiar” se traduce en una sensación de paz. Disparar calma el espíritu. Relaja. Hace tiempo que la gente no fotografía la arquitectura o un atardecer así nomás.
La gente se fotografía a sí misma para dar testimonio de que él estuvo ahí, frente a un poste, a lado de un árbol o delante de la Torre Latino, da igual. El objeto de su toma, no es la cosa, es él mismo junto a la cosa. Una locura de narcisismo desatada por los gadgets en combinación con la red.
Hoy, en pleno siglo XXI, la fotografía vive una nueva etapa, la postfotografía pura, como la describe Fontcuberta, el crítico español más destacado de nuestra era.
Dice Joan Fontcuberta que nos hemos convertido en “homo-fotograficus”. El tránsito de la fotografía analógica, a lo digital ha sido un tsunami, una auténtica revolución. Hoy se suben a internet millones de imágenes por hora. Se dedica tanto tiempo a tomar imágenes que no hay tiempo para mirarlas, no hay espacio para la contemplación.
Hoy el “gesto fotográfico” caracteriza al hombre contemporáneo. Todos hacen foto por impulso, sin reflexión, sin destino. Nunca en toda la historia de la Humanidad se ha producido tanta imagen por tanta gente. Pero ¿Y esto se traduce en mejores imágenes? No. Lo único que provoca es un mar de basura digital sin limites. Hoy en día no hay “mejor” foto, sino sólo mucha, demasiada pues. Eso sí, el acto fotográfico a granel, llegó para quedarse.
La única diferencia con el profesional o el artista visual depende de lo que se tenga que decir o de la historia que se devele a través de la imagen. La gente dispara por impulso porque es gratis y se siente parte de “algo”, sólo por eso captura un instante, para sentirse parte de una comunidad virtual improvisada sin ninguna otra satisfacción que acumular likes.
Los profesionales debemos seguir construyendo una narrativa visual sólida para mantener a la fotografía profesional a salvo del abismo del narcisimo y el vacio colectivos. Sólo así superaremos este “gesto cultural” que si bien parece dar paz a la gente, también satura y confunde nuestro ecosistema visual contemporáneo.