Esta semana, Gustavo, un amigo entrañable, compañero desde la Facultad y hoy radicado en Madrid, pasó por México. Llegó a casa con docenas de cartas y postales que yo mismo le había enviado cuando estudiaba periodismo en París en 1992.
Ni siquiera recordaba la mitad de las cosas que ahí le contaba, escribí casi cada tercer día, de cuanta ciudad o país descubría, mandé fotos, boletos de metro y lo que hoy sería catalogado como cualquier selfie.
Recuerden que en el 92 no existía el correo electrónico de manera masiva, el internet era un rumor, era una época sin Facebook o Twitter, mucho menos Instagram y tampoco contábamos con camaritas en los celulares porque ni celulares teníamos. Lo más avanzado era el Fax. Yo me comunicaba una vez a la semana por teléfono público con tarjetas internacionales que me duraban 12 minutos.
Mi madre me enviaba recortes de periódico y algunas revistas cada mes para estar más o menos al tanto de lo que pasaba en México. Cuando se vivía en el viejo continente hace poco más de 22 años, viajar era “ausentarse”, era tomar “distancia”.
Hoy eso es un sueño.
Ahora que vi esta serie de cartas, fotografías y postales de una decena de ciudades europeas, entré en shock. Apenas hace dos décadas esto era otro planeta.
Teníamos los amigos que alcanzábamos a conocer en la escuela o en el barrio y punto; no los 4,660 que ahora se supone tengo en Facebook.
Recuerdo que cuando viajaba a solas de una ciudad a otra, lo primero que localizaba era la sede del correo postal, compraba un par de postales, me iba a un museo, luego a comer o beber una cerveza y desde ahí escribía y al día siguiente todo estaba en el correo. Era un monólogo desde la soledad.
Cuentan que en 1873 circuló la primer postal y para 1901 se puso de moda el intercambio de postales en toda Europa. Hoy en día son de colección, por su enorme valor documental. Desde 1906, se agregó en la parte de atrás un espacio dividido: el de la izquierda para contener el mensaje que queríamos enviar, quizá un poco más de 140 caracteres y el de la derecha para poner la dirección del destinatario y pegar el sello, y así durante todo un siglo, hasta que aparecieron Yahoo, Hotmail y más recientemente Gmail.
Hoy ya nadie manda postales; para eso están Instagram o Facebook; nadie manda cartas, sólo usa el Whatsapp; y ya nadie se desconecta de sus 5 mil amigos en las redes.
Hoy es otro mundo.