Luxemburgo

París, Francia. En las rejas del parque de Luxemburgo, se presentan 81 retratos de la fotógrafa francoamericana, Kevin Kling. Ella hizo un viaje en auto cuando rondaba los 22 años de edad, desde París hasta la frontera con Afganistán. 

Esta experiencia le cambió el sentido a su vida. Y desde entonces no para de viajar por el planeta, con cámara en mano. Apasionada por la exploración étnica y geográfica, se planteó hace años retratar a los niños del mundo. 

Esta muestra patrocinada por el Senado de la República Francesa y en colaboración con Unicef, tiene como objetivo resaltar la dignidad humana reflejada en los ojos de la infancia. En los últimos 25 años de su vida, Kling ha recorrido miles de kilómetros en sitios de difícil acceso en África, Asia y América del Sur. 

Esta muestra representa el rostro intemporal que anula las fronteras. Ella nos comparte, a través de su mirada la intimidad de los niños, sus familias y su entorno. Estas imágenes de gran formato, nos revelan el misterio de sus encuentros. 

Aquí podemos ver cómo juegan los niños en un mundo amenazado por el antagonismo. Si bien los retratos no son dramáticos, la diversidad de razas y culturas nos hablan de un entorno muy diverso. Así pues, estas fotografías tomadas en Etiopía, Tailandia, Perú, Ecuador, Bolivia, China, Laos, Birmania, India y Nepal nos provocan un sentimiento de generosidad y tolerancia para entender que lo más importante de este mundo radica en su infancia. 

Si queremos un mundo mejor, debemos ser sensibles y responsables con el futuro de nuestra humanidad. Ahí están los niños peruanos que ríen con una Llama, los niños de Asia que caminan sobre la nieve, o en Etiopía, que suben a los árboles para esconderse de la fotógrafa. Mientras camino por estos jardines, observo a unos niños franceses que juegan con su helicóptero de control remoto, ellos ríen y se divierten. 

Sin embrago, no puedo dejar de pensar en este momento en los niños de Oaxaca para quienes el sonido y la imagen de un helicóptero, significan otra cosa. 

El terror de estar atrapados en un conflicto social que nadie resuelve y del que no son responsables. Para estos niños, la vida será otra, llena de rencor y miseria; de hecho, contra ellos ya se comete un doble crimen, robarles su infancia y secuestrar su derecho a crecer jugando. ¿A alguien en México, le importan los niños de Oaxaca? ¿Acaso alguien en nuestra sociedad se siente responsable de su silencio? Parece que la estupidez humana, no tiene límites.